diumenge, 23 de desembre del 2012

Càndid de Voltaire


Càndid de Voltaire
Traducció i notes de Jordi Llovet

Biblioteca bàsica d'El Periódico
Selecció a càrrec d'Enciclopèdia Catalana
Editorial Proa
ISBN 84-964144-71-x
173 pàgines

La primera edició fou publicada el 1759

Del millor que he llegit. Començant pel castell de Thunder-ten-tronckh  i la senyoreta Cunegunda amb un nom de peculiar etimologia (veure la nota 5 del capítol I o deixar un comentari).
S'ha de destacar -i admirar- la frase de Pococurante en la pàgina 141:

Jo llegeixo perquè em dóna la gana

A destacar:


Capítol III De cómo se libró Cándido de los búlgaros, y de lo que le sucedió  

En fin, mientras ambos reyes hacían cantar un Te Deum , cada uno en su campo, se resolvió nuestro héroe ir a discurrir a otra parte sobre los efectos y las causas. Pasó por encima de muertos y moribundos hacinados y llegó a un lugar inmediato; estaba hecho cenizas; era una aldea ávara que, conforme a las leyes de derecho público, habían incendiado los búlgaros; aquí unos ancianos acribillados de heridas contemplaban morir a sus esposas degolladas, con los niños apretados a sus pechos ensangrentados. Más allá, exhalaban el postrer suspiro muchachas destripadas, después de haber saciado los deseos naturales de algunos héroes; otras, medio tostadas, clamaban por que las acabaran de matar; la tierra estaba sembrada de sesos al lado de brazos y piernas cortadas.

Capítol V: 
(Terratremol de Lisboa 1 novembre 1755) Nota 3: Després de l'expulsió dels europeus del Japó, al segel XVII, als holandesos se'ls va permetre de continuar mercadejant a Nagasaki, amb la condició que primer trepitgessin un crucifix com a signe d'una suposada apostasia. Vegeu el capítol CXCVI de l'Essai sur les moeurs.

Capítol XIX: 
Sí, señor, respondió el negro; así es de práctica: nos dan un par de calzoncillos de lienzo dos veces al año para que nos vistamos; cuando trabajamos en los ingenios de azúcar, y nos coge un dedo la piedra del molino, nos cortan la mano; cuando nos queremos escapar, nos cortan una pierna; yo me he visto en ambos casos, y a ese precio se come azúcar en Europa.

¿Qué es el optimismo?, dijo Cacambo. ¡Ah!, respondió Cándido, es la manía de sustentar que todo está bien cuando está uno muy mal.

Lo afligía separarse de un amo tan bueno; pero la satisfacción de servirle pudo más que el sentimiento de dejarle. Abrazáronse derramando muchas lágrimas, Cándido le encomendó que no se olvidara de la buena vieja, y Cacambo partió aquel mismo día; el tal Cacambo era un excelente individuo.

La frase final "era una gran persona aquell Cacambo" quí la diu?

Nota 4 : Els socinians són els deixebles de Socini (o Sozzini), reformador sienès del segle XVI. Socini negava l'existència de la Trinitat i de la divinitat de Crist; i preconitzava una interpretació racional de les Escriptures. Vegeu les Cartes angleses de Voltaire, ja esmentades, VII.

Capítol XX:

En breve reconoció el capitán del navío francés que el del navío sumergidor era español, y el del navío sumergido un pirata holandés, el mismo que había robado a Cándido. Con el pirata se hundieron en el mar las inmensas riquezas de que se había apoderado el infame y sólo se libertó un carnero. Ya ve usted, dijo Cándido a Martín, que a veces llevan los delitos su merecido: este pícaro holandés ha sufrido una pena digna de sus maldades. Está bien, dijo Martín, mas ¿por qué han muerto los pasajeros que venían en su navío?; Dios ha castigado al malo y el diablo ha ahogado a los buenos. 

Capítol XXI:

Nota 2: Al·lusió als jansenistes, que s'havien lliurat a escenes de convulsions sobre la tomba del diaca París, al cementiri de Saint-Medard, entre 1729 i 1732. Voltaire havi assistit a aquest espectacle, i n'havia quedat molt impressionat. L'esmenta en diverses ocasions, com a exemple de fanatisme religiós.

Hablando de otra cosa, dijo Cándido, ¿cree usted que la tierra haya sido antiguamente mar, como lo afirma ese libraco que pertenece al capitán del buque? No, por cierto, replicó Martín, ni tampoco los demás adefesios que nos quieren hacer tragar de un tiempo a esta parte. Pues ¿para qué piensa usted que fue creado el mundo?, continuó Cándido. Para hacernos rabiar, respondió Martín. ¿No se asombra usted, siguió Cándido, del amor de dos muchachas del país de los orejones por los dos monos cuya aventura le conté? Muy lejos de eso, repuso Martín; no veo que tenga nada de extraño esa pasión, y he visto tantas cosas extraordinarias, que nada me parece extraordinario. ¿Cree usted, le dijo Cándido, que en todo tiempo se hayan degollado los hombres como hacen hoy, y que siempre hayan sido embusteros, aleves, pérfidos, ingratos, bribones, flacos, volubles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, codiciosos, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, disolutos, fanáticos, hipócritas y necios? ¿Cree usted, replicó Martín, que los milanos se hayan siempre engullido las palomas cuando han podido dar con ellas? Sin duda, dijo Cándido. Pues bien, continuó Martín, si los milanos siempre han tenido las mismas inclinaciones, ¿por qué quiere usted que las de los hombres hayan variado? ¡Oh, dijo Cándido, eso es muy diferente, porque el libre albedrío!... Así discurrían cuando arribaron a Burdeos.

Capítol XXII:

Nota 4: Es tractava d'una cèdula de confessió, sens la qual cap moribund, entre 1750 i 1760, no podia rebre l'extremaunció ni ser enterrat en lloc sagrat. Aquestes cèdules constituïen una prova d'adhesió a la butlla Unigenitus contra els jansenistes.


Capítol XXIV:

Sentáronse luego a la mesa con Paquita y el teatino; fue bastante alegre la comida, y de sobremesa hablaron con alguna confianza. Díjole Cándido al fraile: Paréceme, padre, que disfruta vuestra reverencia de una suerte envidiable. En su semblante brilla la salud y la robustez, su fisonomía indica el bienestar, tiene una muy linda moza para su recreo y me parece muy satisfecho con su hábito de teatino. ¡Por Dios santo, caballero, respondió fray Hilarión, que quisiera que todos los teatinos estuvieran en el fondo del mar y que mil veces me han dado tentaciones de pegar fuego al convento y de hacerme turco! Cuando tenía quince años, mis padres, por dejar más caudal a un maldito hermano mayor (condenado sea), me obligaron a tomar este execrable hábito. El convento es un nido de celos, de rencillas y de desesperación. Verdad es que por algunas misiones de cuaresma que he predicado me han dado algunos cuartos, que la mitad me ha robado el padre guardián; el resto me sirve para mantener mozas; pero cuando por la noche entro en mi celda me dan ganas de romperme la cabeza contra las paredes, y lo mismo sucede a todos los demás religiosos.


Pues ¿no ve usted esos gondoleros, dijo Cándido, que no cesan de cantar? Pero no los ve usted en su casa con sus mujeres y sus chiquillos, repuso Martín. Sus pesadumbres tiene el Dux, y los gondoleros las suyas. Verdad es que, pesándolo todo, más feliz suerte que la del Dux es la del gondolero; pero es tan poca la diferencia, que no merece la pena de un detenido examen.

Capítol XXV:

Este es el libro, dijo, que hacía las delicias de Pangloss, el mejor filósofo de Alemania. Pues no hace las mías, dijo con mucha frialdad Pococurante; en otro tiempo me hicieron creer que sentía placer en leerle, pero esa constante repetición de batallas que todas son parecidas, esos dioses siempre en acción, y que nunca hacen nada decisivo; esa Elena, causa de la guerra, y que apenas tiene acción en el poema; esa Troya siempre sitiada, y nunca tomada; todo esto me causaba fastidio mortal. Algunas veces he preguntado a varios hombres doctos si les aburría esta lectura tanto como a mí, y todos los que hablaban sinceramente me han confesado que se les caía el libro de las manos, pero que era indispensable tenerle en su biblioteca como un monumento de la antigüedad o como una medalla enmohecida que no es materia de comercio. No piensa así Su Excelencia de Virgilio, dijo Cándido. Convengo, dijo Pococurante, en que el segundo, el cuarto y el sexto libro de su  Eneida  son excelentes; mas por lo que hace a su piadoso Eneas, al fuerte Cloanto, al amigo Acates, al niño Ascanio, al tonto del rey Latino, a la zafia Amata y a la insulsa Lavinia, creo que no hay cosa más fría ni más desagradable, y más me gusta el Tasso y los cuentos, para arrullar criaturas, del Ariosto. ¿Me hará Su Excelencia el gusto de decirme, repuso Cándido, si no le causa gran placer la lectura de Horacio? Máximas hay en él, dijo Pococurante, que pueden ser útiles a un hombre de mundo, y que reducidas a enérgicos versos se graban con facilidad en la memoria; pero no me interesa su viaje a Brindis, ni su descripción de una mala comida, ni la disputa, digna de unos ganapanes, entre no sé qué Pupilo cuyas razones, dice,  estaban llenas de podre , y las de su contrincante llenas de vinagre . He leído con asco sus groseros versos contra viejas y hechiceras, y no veo qué mérito tiene decir a su amigo Mecenas que si lo pone en la categoría de los poetas líricos, tocará los astros con su erguida frente. A los tontos todo les maravilla en un autor apreciado; pero yo, que leo para mí, sólo apruebo lo que me gusta. Cándido, que le habían enseñado a no juzgar nada por sí mismo, estaba muy atónito con todo cuanto oía, y a Martín le parecía el modo de pensar de Pococurante muy conforme a la razón. ¡Ah! Aquí hay un Cicerón, dijo Cándido; sin duda no se cansa Su Excelencia de leerle. Nunca lo creo, respondió el veneciano. ¿Qué me importa que haya defendido a Rabirio o a Cluencio? Sobrados pleitos tengo yo sin esos que fallar. Más me hubieran agradado sus obras filosóficas; pero cuando he visto que de todo dudaba, he inferido que lo mismo sabía yo que él, y que para ser ignorante no precisaba de nadie.

Capítol XXVIII:


Pretendía el señor barón que le habían hecho más injusticia que a mí, y yo defendía que mucho más permitido era volver a poner un ramillete al pecho de una moza que ser hallado desnudo con un icoglán (1); disputábamos continuamente y nos sacudían cien latigazos al día con la penca, cuando te condujo a nuestra galera la cadena de los sucesos de este universo, y nos rescataste

(1) en la traducció de Jordi Llovet: era una cosa molt més natural posar bé un pom de flors en el pit d'una dona, que estar conill amb un oficial musulmà.


Siempre me estoy en mis trece, respondió Pangloss; que al fin soy filósofo, y un filósofo no se ha de desdecir, porque no se puede engañar Leibniz, aparte que la armonía preestablecida es la cosa más bella del mundo, no menos que el lleno y la materia sutil.

Capítol XIX:

Lo primero que se les presentó fue Cunegunda y la vieja, que estaban tendiendo al sol unas servilletas. Al ver esta escena, se puso amarillo el barón, y el tierno y enamorado Cándido, contemplando a Cunegunda ennegrecida, los ojos legañosos, enjutos los pechos, la cara arrugada y los brazos amoratados, retrocedió tres pasos y luego avanzó con buena crianza. Abrazó Cunegunda a Cándido y a su hermano, todos abrazaron a la vieja, y Cándido las rescató a ambas. Había un cortijillo en las inmediaciones, y propuso la vieja a Cándido que lo comprase, hasta que toda la compañía hallara mejor acomodo. Cunegunda, que no sabía que estaba fea, no habiéndoselo dicho nadie, recordó sus promesas a Cándido en tono tan resuelto, que no se atrevió el pobre a replicar.


Capítol XXX:

En el fondo de su corazón, no tenía Cándido ganas ningunas de casarse con Cunegunda; pero la mucha insolencia del barón lo determinó a acelerar las bodas, sin contar que Cunegunda insistía tanto, que no las podía dilatar más. Consultó, pues a Pangloss, a Martín y al fiel Cacambo. Pangloss compuso una erudita memoria probando que no tenía el barón derecho ninguno sobre su hermana, y que según todas las leyes del imperio podía Cunegunda casarse con Cándido dándole la mano izquierda; Martín fue de parecer de que tiraran al barón al mar, y Cacambo de que lo entregaran al arráez levantino, el cual le volvería a poner a remar en la galera, ínterin le enviaban al padre general por la primera embarcación que diese a la vela para Roma. Pareció bien esta idea (2); aprobó la vieja, y sin decir palabra a Cunegunda se puso en ejecución mediante algún dinero, teniendo así la satisfacción de engañar a un jesuita y escarmentar la vanidad de un barón alemán.

(2) La traducció de Llovet diu "La idea va tenir una acollida excel·lent". Fa pensar molt en l'estil de Mendoza en els viatges de Pomponio Flato.

(...) y se veían cabezas rellenas adecuadamente con paja que se llevaban de regalo a la Sublime Puerta. Estas escenas daban materia a nuevas disertaciones, y cuando no disputaban se aburrían tanto, que la vieja se aventuró a decirles un día: Quisiera yo saber qué es peor, ¿ser violada cien veces al día por piratas negros, verse cortar una nalga, pasar por baquetas entre los búlgaros, ser azotado y ahorcado en un auto de fe, ser disecado, remar en galeras, y finalmente padecer cuantas desventuras hemos pasado, o estar aquí sin hacer nada? Ardua es la cuestión, dijo Cándido. Suscitó este razonamiento nuevas reflexiones, y coligió Martín que el destino del hombre era vivir en las convulsiones de la angustia o en el letargo del tedio; Cándido no se lo concedía, pero no afirmaba nada; Pangloss confesaba que toda su vida había sido una serie de horrorosos infortunios; pero como una vez había sustentado que todo estaba perfecto, seguía sustentándolo sin creerlo.


Captures de text:
http://www.todoebook.net/ebooks/Cuento/Voltaire%20-%20Novelas%20y%20Cuentos%20-%20v1.0.pdf

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